lunes, 26 de enero de 2009

Rescindir

Las cuentas emocionales pendientes son aquellas situaciones inconclusas que no hemos cerrado adecuadamente a lo largo de nuestra existencia y que seguimos cargando dentro nuestro, sea conciente o inconscientemente. Son aquellas vivencias con otras personas donde hemos estado involucrados afectiva y/o mentalmente y hemos tenido algún disgusto, enojo, dolor o emoción sin expresar, lo cual nos impidió dar un cierre satisfactorio para nosotros y el otro. Sucede que para nuestro inconciente cualquier situación dolorosa por más que se haya dado hace muchos años, si ha quedado como "deuda emocional pendiente", sigue fresca y su efecto emocional latente en nosotros. Eso significa que permanece dentro de nuestra psiquis afectándo y manifestándose a través de sentimientos de depresión, angustia, desesperanza, enojos bruscos, envidia, vergüenza o sentirnos indignos de tener una vida de amor, abundancia y satisfacciones. Es como tener una herida que no termina de cicatrizar, por lo que permanentemente requiere de nuestra energía para sanarse.

La noción de deuda emocional, como el propio nombre ya sugiere, refleja un fenómeno íntimamente ligado al paso del tiempo. Las deudas monetarias se contraen en un momento determinado, se mantienen un cierto tiempo y por fin se saldan, o bien quedan impagadas. Así también, la deuda emocional. Podríamos definirla como el estado afectivo que resulta en un sujeto al adquirir un compromiso de futuro consigo mismo tras haber establecido un vínculo emocional con objetos de su imaginación, objetos que no existen en la realidad del presente.

La deuda originada en el pasado


Esta clase de deuda es la que nos mantiene atados emocionalmente a los sucesos del pasado. Su origen, habitualmente, se encuentra en algún acontecimiento adverso que desencadenó una emoción desagradable, emoción que sigue sin resolverse. Se produce pues, una secuencia característica de acontecimiento, emoción y mantenimiento de la emoción.
La deuda se mantiene en el tiempo debido a que el sujeto sigue resistiéndose al pasado. No lo acepta tal como fue y, de una forma u otra, desearía cambiarlo. Sobre esta base de la resistencia, pueden suceder dos cosas: que las imágenes del pasado relacionadas con el episodio se repitan periódicamente, reavivando así una y otra vez toda la constelación emocional, o bien que la herida se mantenga latente en el inconsciente y desde ahí ejerza sus efectos negativos sobre la vida real del sujeto.
En esta deuda originada en el pasado el futuro también desempeña un importante papel. Así, implícito en la condena del pasado se encuentra el deseo de un futuro mejor, aunque, típicamente, la consecución de ese futuro no pueda transformarse en realidad, precisamente porque las consecuencias negativas de la deuda emocional impiden los comportamientos adecuados para conseguirlo.
Evolución de la deuda en el tiempo y sus consecuencias

Una vez se ha iniciado una respuesta emocional, ¿cómo acaba? Es decir, ¿cuál es el devenir de la deuda emocional en el tiempo?

Los seres humanos establecemos vínculos emocionales con objetos reales e imaginarios que se prolongan a lo largo de muchos años. Durante todo ese tiempo, la emoción no se resuelve, sino que se encuentra activa, produciendo tanto conductas (que pueden ser adecuadas o no) como cambios fisiológicos en el organismo. Y esos cambios fisiológicos suponen con facilidad una sobrecarga para los mecanismos adaptativos encargados de hacer frente a las situaciones estresantes. McEwen (1998) ha llamado ‘carga alostática’ al desgaste que sufren los mecanismos de adaptación cuando se les somete a un exceso (o a un defecto) de actividad crónica. Esto es precisamente lo que sucede muchas veces con la deuda emocional. El organismo es sometido de manera prolongada a los efectos fisiológicos de emociones que acaban sobrepasando los límites de los ajustes normales y originando patologías diversas. Por ejemplo, la ansiedad prolongada puede provocar la secreción mantenida de corticoides y la hiperactividad del sistema adrenérgico, dándose las circunstancias apropiadas para que se produzca hipertensión y/o alteraciones en la función del sistema inmunitario.
Mientras los planes del self, que se relacionan con una deuda determinada estén vigentes y sean considerados como una ‘exigencia’, la deuda emocional se mantiene y con ella las modificaciones fisiológicas (más o menos dañinas) que el mantenimiento de la emoción ocasiona.
Por ello, es interesante examinar qué posibilidades tenemos de terminar con esa situación de endeudamiento y con las repercusiones somáticas que conlleva. Es importante saber si es posible hacer borrón y cuenta nueva.

Cómo saldar la deuda y evitar su renovación

En el caso de la deuda originada en el pasado, lo más habitual es que cada vez que recordemos el acontecimiento que originó la deuda (por ejemplo, un episodio desagradable o francamente traumatizante), surja en nosotros un sentimiento doloroso de condena y de rechazo. Esta primera reacción es inevitable y pertenece a la forma en cómo el recuerdo fue almacenado en la memoria. Pero se produce una segunda reacción, ésta ya perteneciente al ámbito del presente, que, de ser también negativa, se convierte en el acto mental que renueva la deuda. Es una reacción que podemos describir como intencional. En ella expresamos una intención y, en relación con nuestro concepto de deuda, es como si firmáramos otra vez el compromiso. Y esto, repetido una y otra vez, hace que la deuda, lejos de anularse, se encuentre cada vez más arraigada, incluso que multiplique su cuantía.

Precisamente es en este punto, en el que habitualmente renovamos la deuda, el momento en que ésta puede ser rescindida. Aunque la primera reacción es automática y, por tanto, no podemos modificarla, existe ese segundo momento, ya del presente, en el que sí que es posible intervenir. Es aquí donde podemos interponer un gesto de atención comprensiva y adoptar una postura de aceptación de la realidad (lo cual no significa sino corroborar lo inevitable). Si somos capaces de introducir una actitud llena de atención ecuánime y no condenatoria hacia nuestra actividad mental, que no incluye el comprometernos con la reacción negativa (como habitualmente nos vemos llevados a hacer), la renovación de la deuda ya no se produce. En este caso es como si hubiéramos rescindido el contrato y nos vemos entonces liberados de toda la retahíla de obligaciones que su cumplimiento comporta. Podemos de esta manera empezar a prescindir de las emociones negativas :culpa, rencor, amargura, etc., interrumpiendo así el ciclo autogenerador de la negatividad.

Mientras que no “se rescinda ese contrato” el individuo seguirá arrastrando una sensación de culpa interior que él y sólo él puede eliminar. Debe convencerse que la deuda ya está saldada, que no le debe nada a la situación del pasado que le daña. Por tanto, no debe seguir intentando una y otra vez que algo o alguien “le perdone”.