Todo depende de nuestro deseo y de nuestra curiosidad. Ellos son los acicates que nos impulsan a lo alto: para ver más paisaje, para presenciar el objeto del tibi dabo, para respirar más hondo, para sentirnos más pujantes. El deseo hace que se nos antoje un plato quizá no muy sabroso; sus brumas convierten en incomparables los cuerpos que acaso no lo son; sus espuelas nos llevan a recorrer caminos dificultosos, y nos los colorean y nos los magnifican. Hay quien afirma que, si se inventasen píldoras con que saciar el hambre, las preferiría a la más excelente de las comidas; y hay quien lamenta verse sometido a los fogosos tirones de la carne. Pero ¿ qué seríamos sin tales estímulos, que nos recrean sólo durante unas horas, y vuelven a encenderse, o sea, a encendernos, con su reiteración vivificante? ¿ Con cuánto detenimiento y minuciosidad un condenado a muerte masticará y paladeará su cena última, o, en su último vis a vis acariciará el cuerpo de quien ama? Cuentan que alejandro Magno se desesperaba, poco antes de morir, porque había agotado las geografías que vencer. La falta de deseos y la falta de curiosidad son los más certeros síntomas del verdadero fin.
Para suerte nuestra, el alma del hombre es como un saco sin fondo; sólo el que añade uno artificial la contiene y la frena. Ninguna obra se remata del todo; ningún colofón tiene estricto derecho a colocarse; ningún escrito exige sin remedio su punto final; ningún viaje puede darse por concluido; ningún experimento toca sus últimas consecuencias; ningún atesorado de bienes cumple su ambición; ningún amante reconoce su sed saciada... Como en un hechicero cajón de cerezas, el hecho de sacar unas cuantas, sólo para probarlas, lleva consigo el engarza miento de unas en otras, la adorable ilación nunca cesa. Apenas un problema se resuelve, surge otro con el relacionado. Muchas virtudes tiene el ideal, pero la mayor es la de ser inasequible. Nuestras flechas disponen de un resuello muy breve: no son capaces de alcanzar el sol. Ahí está el universo interminable; de su contemplación saldrá la mejor enseñanza. Y aunque lo reduzcamos a un jardín o a una simple maceta , sólo el mirar con aplicación el proceso de semilla y el abrirse los brotes en los tallos y el desplegarse el fasto de la flor plegada en el capullo, sólo eso bastará para mantenernos atentos y curiosos, pendientes de los pasos por los que la esperanza nos sostiene, nos eleva la luz, nos hiere la belleza... Cambian las estaciones y los climas, cambian con ellos los deseos. Y el corazón del hombre no es más que una suma de todos, más grande cuanto más numerosos sean los que contiene.
Nunca llegaremos a dar de mano en esta jornada ardua del desear. nunca llamaremos a la puerta definitiva. Nos damos plazos, troceamos el camino, salpicamos de etapas nuestra vida. Adivinamos que nuestras aspiraciones más hondas no se han cumplido aún, pero estamos en ello, y a cada día le corresponde su propio afán que lo identifica y lo ilumina. Y sabemos que, aunque la vida fuese mucho más larga, no lo sería tanto como para cumplir todos nuestros deseos. O acaso nuestro deseo único, el deseo infinito, que se extiende como una planta tapizante, y todo lo desplaza, y lo invade todo, y se genera a sí mismo y se sucede, y nada nos garantiza que ni dos ni tres vidas nos acercarían a él más de lo que hoy estamos. Porque lo incitador y lo reconfortante es que sea el recorrido mejor que la posada, y que el verdadero triunfo no esté en el arribo, sino en la múltiple y sorprendente opulencia del viaje.
Antonio Gala -1996
Desear, tener objetivos, sueños...
Pero también debemos saber valorar cuando conseguimos cualquier Deseo,
por muy pequeñito que sea...e incluso tener la capacidad de disfrutar
mientras andamos por el camino hacia él.
E.
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